María Madre

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«Jesús le dijo al discípulo: «¡Mira a tu madre! Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27)

 

Lo femenino tiene rasgos reveladores del Dios creador. La mujer revela disponibilidad, fecundidad, cuidado, calidez, afecto. Todas estas características sobresalientes del ser femenino nos dicen algo del ser divino. Una de las vocaciones más hermosas que nace del sueño de Dios para la humanidad es la vocación de «ser madre». Ser madre significa estar abierta a una vida distinta a la tuya. Significa estar abierto para que el otro pueda llegar, ocupar un espacio, venir a la existencia. Ser madre es un «regalo para». Aunque las madres nunca quieren que sus hijos se vayan de su lado, en el fondo las madres se sienten realizadas cuando ven a sus hijos volar, transformarse, crecer.

Todo lo que la feminidad revela de Dios, la fe cristiana lo ha visto clara y plenamente en María de Nazareth, la madre de Jesús y nuestra madre. Dios, en su infinita bondad e inefable creatividad, no sólo creó a las madres para nosotros, sino que él mismo quiso, en la plenitud de los tiempos, tener una madre (Gal 4,4). Estaba dotada de la más preciosa de las gracias. Los privilegios que se le concedieron fueron como regalos que el Hijo, por adelantado, ya le dio como gesto de gratitud por haberse abierto a la maternidad divina. María es una madre, la Madre de Dios, por designio del mismo Eterno y para nuestra salvación. Sin embargo, también por designio del Eterno encarnado en Jesús de Nazareth, su maternidad no está cerrada a la maternidad divina, está abierta a la Iglesia, es decir, nos toca.

La comunidad cristiana siempre ha tenido una especial devoción a María, es decir, siempre la ha acogido en su seno como compañera y Madre. María no es una compañera cualquiera, su inserción en la comunidad de fe no es un capricho suyo o de la comunidad que la acoge, sino que su presencia maternal es querida por Jesús. Él, el divino Maestro, quiso dar a su Iglesia la que humanamente le dio a luz para que fuera también la gestora espiritual de los que creyeran en Él. María-Madre es la expresión de la «última voluntad de Cristo» porque, colgado en la cruz, quiso que aquella que es nuestra hermana por la humanidad, fuera nuestra Madre por misión. María es más que nuestra querida hermana, es nuestra incomparable Madre.

Recibir a María como Madre es estar atentos a la voluntad de Jesús Crucificado. Recibirla es ser un discípulo fiel que no deja que las palabras del Maestro, incluso las últimas, se pierdan. Saberse hijo de María es ser consciente de que fuimos generados en el seno que dio a luz a Jesús. Dedicarle nuestro afecto es agradecer su SÍ y su disponibilidad para nuestra salvación (Lc 1,38). María fue el medio por el que Dios quiso venir a nosotros, y ella es el camino más seguro para que vayamos a Dios, nos enseña San Luis María Grignion de Montfort. María, por decreto de Jesús, acoge a los miembros de la comunidad cristiana como hijos suyos («¡He aquí tu hijo!» – Jn 19,26), y el discípulo amado, que representa a la comunidad cristiana de todos los tiempos, agraciada y elegida por Jesús, debe acogerla como Madre y dedicarle afecto y atención («¡He aquí tu madre!» – Jn 19,27). La comunidad de los redimidos por la Cruz tiene a María-Madre como un tesoro incomparable que le ha dejado su Señor y Maestro.

¿En qué consiste entonces la misión de María como Madre de la comunidad? Ciertamente, lo mismo que en Caná: señalar siempre a su único Hijo como la resolución de los dilemas de nuestra existencia. Como Madre, María siempre podrá intervenir con su Hijo en favor de sus hijos. Llevará a los siervos y amigos de Jesús a hacer todo lo que él diga (Jn 2,5). Ella hará que las nuevas generaciones de cristianos, como los primeros discípulos, crean en Jesús, vean su gloria y se reúnan en torno a él. Ella es nuestra Madre para que en nosotros se formen los rasgos de su único Hijo.

Que la Santísima Virgen María, Nuestra Señora y Madre, nos reciba como sus hijos predilectos.

 

Por Josivânio Soares de Oliveira – Seminarista en la Diócesis de Patos/PB. Parroquia de Nuestra Señora del Desterro, Desterro/PB. Graduado en Filosofía en el Instituto de Filosofía y Teología Santa Cruz – Goiânia /Go y en Teología en la PUC Minas/MG