Hablar de una persona importante en nuestra vida, a la que admiramos y queremos, es una tarea difícil y, al mismo tiempo, placentera. Al escribir sobre la Madre María Miguel, recordamos el símbolo creado por la Hermana María da Soledad, al referirse a ella, estoy totalmente de acuerdo. Era realmente muy parecida a la «Flor de la Tierra». Hermosa flor, pero escondida, apenas aparece, por lo que permanece desconocida para todos.
La Madre María Miguel, (Emma Poyet) debido a su humildad, así como a su timidez, permaneció muy oculta. Vivimos en un mundo en el que solo se celebran los éxitos y las victorias.
Casi siempre buscamos en las personas lo que hacen que es grande, que es brillante. No hizo nada grande, salvo entregarse por completo al Señor de la Vida. En la verdad, un gesto de amor vale más que las grandes y soberbias acciones. Estos pueden eternizarse incluso en estatuas de bronce, pero solamente el amor genera vida. Lo que nuestra Madre hizo que era importante para la Congregación permaneció muy oculto. Ella misma no sintió la necesidad de aparecer; y solo poco a poco estamos descubriendo lo mejor que hizo por nuestra Familia Religiosa. Ciertamente, en la eternidad, Dios fue justo y le dio la recompensa por todo lo que hizo entre bastidores. «Tened cuidado de no practicar vuestra justicia delante de los hombres…» «…que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha… y tu Padre, que ve lo que está oculto, te dará tu recompensa». (cf. Mt 6,1-6, 16-18).
Dios la llamó en su entorno tranquilo, donde se oía el canto de los pájaros, pero también podía oír la voz de Dios que hablaba a los corazones sin pretensiones. Sabemos que el Espíritu no habla con ruido, sino con silencio; no habla con la fuerza de sus pulmones, sino con el viento suave de su voz inconfundible. Para escuchar, necesitamos de interioridad y atención a los signos de Su Presencia. Toda su vida fue oculta, sencilla y humilde, pero siempre abierta a la voluntad de Aquel que la llamó y la envió como trabajadora incansable de su Reino. Los designios de Dios son insondables. Aquella adolescente sencilla y humilde, pero llena de deseos de futuro, no podía imaginar que un día cruzaría los mares, dirigiéndose a la misión en un país totalmente desconocido para ella.
Toda su vida fue oculta, sencilla y humilde, pero siempre abierta a la voluntad de Aquel que la llamó y la envió como trabajadora incansable de su Reino. Los designios de Dios son insondables. Aquella adolescente sencilla y humilde, pero llena de deseos de futuro, no podía imaginar que un día cruzaría los mares, dirigiéndose a la misión en un país totalmente desconocido para ella.
NACIMIENTO, INFANCIA Y ADOLESCENCIA
Emma Poyet nació el 12 de septiembre de 1867 en la aldea de Genetay, en el pueblo de Saint Just en Bas – Departamento del Loira, Francia. Era hija de Eugène Poyet y Philomène Gouttefangeant. Su padre era un honrado agricultor que tenía una granja en Genetay. En esta vida humilde y oculta, típica del campesinado de la época, cuando aún no existían los medios modernos de comunicación, Emma vivía en la tranquilidad de un hogar cristiano, pero como toda joven, ciertamente en busca de un futuro que diera sentido a su vida.
Sabemos poco de su infancia y adolescencia. Nació y floreció en la oscuridad, como hija de humildes campesinos, pero con una vida cristiana tradicional. Tenía dos hermanas y tres hermanos, cuyos nombres conocemos: Marie, Zoé, Felix, Joanes y Joseph. Su madre era hermana de la abuela de Sarah Gayetti, la futura Madre María de Jesús, fundadora de la Congregación de las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de los Dolores. Como veremos más adelante, Emma Poyet fue una gran colaboradora de Sarah Gayetti durante varios años en Francia y luego en Brasil como religiosa. Emma y Sara se convertirían en nuestras queridas Madres: María Miguel y María de Jesús.
Hermana Marlene María da Silva – RMNSD