Desnudarnos para ponernos lo NUEVO

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El Adviento, un tiempo oportuno y hermoso para una preparación más seria de la Navidad. En esta segunda semana de Adviento, la liturgia nos invita a escuchar la interpelación del profeta Juan el Bautista «preparad el camino, Jesús viene». ¿Cuál sería la mejor manera de preparar ese camino para la llegada del niño Jesús?

Comencemos a reflexionar sobre la importancia de preparar nuestro corazón y que sea como el pesebre que fue sabiamente preparado por María para acoger a su hijo. Tengamos a María como la que supo acoger y preparar todo para la llegada de su hijo. Recordemos la sencillez del nacimiento de Jesús, no tenía nada de lujo, sólo los animales y, lo más importante, María y José.

Se hizo hombre y, por el poder de Dios, se formó en el vientre de María, una joven que siempre se centró en las cosas de Dios. María, como todo el pueblo de Israel, esperaba al Salvador, nuestro Redentor. Y como Madre y mujer buscó prepararse en la oración y eso es lo que debemos hacer, prepararnos a través de la oración.

Es bueno recordar que al acercarnos a los demás, especialmente a los más sencillos, a los más pobres, a los que sufren y a los que están a nuestro lado, no podemos olvidar que es a Cristo mismo a quien encontramos. Que esta actitud no sea sólo en Navidad, sino durante todo el año. ¿Qué mejor preparación que ésta para ir al encuentro del propio Cristo vivo?

Nuestra preparación también implica una conversión, es decir, un cambio en nuestra forma de vivir. Enderezar tus caminos» puede significar cambiar lo que nos impide vivir verdaderamente el Evangelio: actitudes, formas de pensar, de actuar, hábitos, gestos, sentimientos. Requiere penitencia, arrepentimiento, perseverancia, esperanza y la búsqueda de la justicia sin conformarse con los males de este mundo.

En este tiempo de Adviento, en nuestro deseo de preparar la Navidad, veamos algunas pistas de lo que tenemos que DESPEDIR y de lo que tenemos que RECOMPENSAR:

– Despojarse de la impaciencia y revestirse de paciencia con el prójimo;

– Desnudar el egoísmo y el apego a los bienes materiales, para revestirse de actitudes de generosidad y desprendimiento;

– Despojarse de la insensibilidad ante las necesidades del prójimo y revestirse de una solidaridad concreta

– Despojarse del juicio hacia el prójimo y revestirse de misericordia

– Despojarse del resentimiento y del rencor para revestirse de perdón;

– Dejar de lado las Redes Sociales y poner una buena lectura/oración que nos lleve a una mayor amistad con Dios.

– Despojarse de las intrigas o de las palabras gruesas para revestirse de un silencio suave que lleve al respeto y al aprecio de los demás.

Según la Madre María de Jesús, nuestra Fundadora, la conversión no requiere mucho tiempo, basta la gracia de Dios y la buena voluntad de la persona. Pero para una conversión no hacen falta grandes prodigios, ni apariciones, ni revelaciones, a veces una pequeña palabra, un gesto, puede convertir a una persona.

Por eso, en un mundo marcado por tantas guerras, odio, intolerancia, violencia, hoy más que nunca es necesario volver el corazón hacia Dios. Un Dios bondadoso, que a pesar de todo, sigue amando y creyendo en los seres humanos hechos a su imagen y semejanza.

Por Hermana Hélia Mônica Cordeiro – RMNSD