En medio del dolor, ¡no nos dejemos robar la Esperanza!

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¡En los últimos años, hemos vivido situaciones de gran sufrimiento para toda la humanidad! Migraciones forzadas que traen como consecuencias la miseria, la violencia, la ruptura de los lazos familiares, la pérdida de derechos fundamentales como el hogar, el trabajo, la salud, la escuela, entre otros. Entonces llegó la gran crisis provocada por el Covid 19. ¡Cuánto dolor pudimos acompañar y experimentar! ¡Cuánta angustia y lágrimas que muchas veces no pudimos evitar detener! ¡Cuántas pérdidas humanas que nunca se olvidarán! Pero no podemos olvidar las numerosas muestras de extrema generosidad, empatía y atención al prójimo.

Como cristianos, sabemos que el dolor y el sufrimiento no pueden tener la última palabra en nuestras vidas, y por eso el Papa Francisco nos exhorta cada día a no perder la esperanza: «No nos dejemos robar la alegría de ser discípulos del Señor. No dejemos que nos roben la esperanza de vivir esta vida con él y con la fuerza de su consuelo». En su homilía del Domingo de Ramos, el Papa Francisco recordó la «locura de la guerra donde Cristo es crucificado de nuevo.» El Papa afirmó que la «lógica del «sálvese quien pueda» es el estribillo de la humanidad, que se manifiesta en los que cometen la violencia». «Cristo está clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de maridos e hijos. Se crucifica en los refugiados que huyen de las bombas con niños pequeños en brazos. Está crucificado en los ancianos abandonados a su suerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos. En el Calvario se confrontan dos mentalidades, dijo el Papa: la de Dios y la del mundo: «Salvarse, mirar por sí mismo, pensar en sí mismo; (…) tener, poder, parecer. Sálvate a ti mismo, es el estribillo de la humanidad, que ha crucificado al Señor». Pero a la mentalidad del «yo» se opone la de Dios; el «sálvate a ti mismo» se transforma en ofrecerse a sí mismo. En ningún momento Jesús reclama nada para sí mismo. Al contrario, dice: «Padre, perdónalos». Y pronuncia estas palabras en el momento de la crucifixión, cuando siente que los clavos le atraviesan las muñecas y los pies. Así es como Dios actúa con nosotros, explicó Francisco. Cuando le causamos dolor con nuestras acciones, Él sufre y su único deseo es poder perdonarnos. Para entenderlo, debemos contemplar al Crucificado. Es de sus heridas que fluye el perdón.

En el momento de la crucifixión, continuó el Papa, Jesús vive su mandamiento más difícil: el amor a los enemigos. Jesús nos enseña a romper el círculo vicioso del mal, pero nosotros, los discípulos, «¿seguimos al Maestro o a nuestro instinto rencoroso? Si queremos comprobar nuestra pertenencia a Cristo, veamos cómo nos comportamos con los que nos han hecho daño». Al pedir perdón al Padre, Jesús añade una frase: «porque no saben lo que hacen». Él es nuestro abogado, no está en contra de nosotros, sino a nuestro favor contra nuestro pecado. Los que utilizan la violencia, los que cometen crueldades absurdas, «no saben lo que hacen».

Y el Papa concluyó invitando a los fieles a abrirse a la certeza de que Dios puede perdonar todo pecado, a la certeza de que, con Jesús, siempre hay un lugar para uno más. Les instó a caminar hacia la Pascua con la certeza de que Cristo intercede continuamente por cada uno ante el Padre y, mirando a nuestro mundo violento y herido, no se cansa de repetir: «Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen». (Homilía del Papa Francisco en el Domingo de Ramos).