Sí al proyecto de amor de Dios

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El Adviento es un camino de preparación de cuatro semanas para celebrar las festividades navideñas con calidad. La Navidad es el aniversario del nacimiento de Jesucristo, de la presencia de Dios que se hace hombre.

En este cuarto domingo, el Evangelio de la Anunciación muestra cómo es posible hacer nacer a Jesús en el mundo: mediante un “sí” incondicional a los planes de Dios.

Para revelar y llevar a cabo la encarnación de su Hijo, Dios no eligió el templo, ni una familia sacerdotal. Nazaret, aldea situada en la Galilea de los gentiles, tierra considerada abandonada por Dios, de la que “ningún profeta había salido” (Jn 7, 52), fue elegida para la encarnación del Verbo.

Esta elección de Dios culmina en María, la humilde sierva. Dios quiere necesitar una mujer para traer a su amado Hijo al mundo. Así como siempre ha elegido hombres para realizar determinadas misiones en su nombre, ahora elige a una joven para la misión suprema de traer el cuerpo de su Hijo único.

María de Nazaret, ferviente creyente judía, esperaba el cumplimiento de las promesas mesiánicas. Ella entra en diálogo con Dios, es su Anunciación. Dios, como siempre, toma la iniciativa: viene, inesperadamente, al encuentro de quien lo llenó de gracia y con quien ya está. La joven está perturbada y sorprendida por la invitación. Dios la tranquiliza recordándole que es Él quien toma la iniciativa. Quiere asociar a una de sus criaturas con su plan de salvación: el hijo se llamará «Jesús», «Dios salva». María pregunta antes de dar su respuesta: «¿Cómo será eso?» Ella busca aclarar tu fe. El ángel Gabriel le responde asegurándole su presencia a través del Espíritu y le da una señal, porque sabe que sus criaturas necesitan señales para creer: su prima concebirá en su vejez. Y recuerda que nada le es imposible. María da su respuesta: la Palabra de Dios está a salvo, se puede confiar en ella. Y esta Palabra se hace carne en vuestra carne.

Todo este clima de Adviento y Navidad debe ser para nosotros una oportunidad privilegiada de encontrarnos con la Persona de Jesucristo, superando la mera cultura del consumismo. El verdadero don es el Señor de la historia, el que da sentido auténtico a la vida de las personas. Es allí donde las familias deben alimentar sus momentos de confraternización y celebración de las fiestas de fin de año.

Hna. Raquel Diamantino – RMNSD