Estar presente en la solidaridad es un signo profético en el mundo actual.

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En el momento en que vivimos, necesitamos «reconocer esa presencia de la solidaridad allí donde la vida clama». La pandemia afecta a todos: tiene muchas caras, está arrebatando vidas y oportunidades a muchos hombres y mujeres. Es una realidad que quita alimentos de la mesa, reduce las oportunidades de empleo, sobrecarga el sistema de salud tradicionalmente sin inversión, socava la oferta educativa, que también es deficiente. A esta realidad se suma el gran flujo migratorio, que está configurando un nuevo rostro de la sociedad y el mal de la corrupción, que lleva a dilapidar para el bien privado lo que debería ser el bien público.

Son fuertes llamadas a la solidaridad profética, capaces de hacernos desinstalar, de salir de nuestra zona de confort y ponernos en el lugar del otro, de intentar sentir el dolor del otro.  No podemos permanecer indiferentes, ni paralizados ante esta realidad de vida que nos rodea. Debemos tener el valor de transformar las dificultades en posibilidades donde nos insertamos y de acuerdo con los deseos de los más pobres. Nos corresponde dar testimonio de esperanza ante la adversidad, construyendo así la cultura de la Esperanza: una actitud que nos hace salir de nosotros mismos.

Por ello, es necesario asumir los valores del Evangelio, para abrazar la situación de los pobres y excluidos, cada vez más numerosos, comprometiéndonos en la formación de una conciencia crítica y de responsabilidad social. Es el momento de generar utopía, de aprovechar las oportunidades para generar redes que ayuden a cuidar la vida, la tierra y las culturas.

Como solía decir la Hna. Telma Lage, in memoriam, «Cuando abres la puerta de tu corazón, siempre habrá un camino». Tengamos el valor de abrir las puertas de nuestro corazón y el camino se convertirá en un viaje.

Hermana Josiane Horta, RMNSD